lunes, 23 de abril de 2012

un día

Preparé minuciosamente mis cosas para salir de casa, la ropa estaba lista desde anoche porque sino tendría que elegir previo a la salida y me deprimiría a nivel de no poder cruzar la puerta de la habitación. Eché mis cuadernos y el dinero, tenía todo para ir a clases. Salgo lentamente por el pasillo y mi bolso se tambalea, tengo que prepararme emocionalmente para lo que será el trayecto de mis pies hasta el colectivo (auto) que me llevará al centro de la ciudad, lugar donde está ubicada la estación del metro.
Me subo al colectivo y éste rápidamente se llena, comparo el tamaño de mis piernas con un chico y una tipa, la tipa tiene un perfume asqueroso, logro percibir el alcohol de su loción y las náuseas aumentan, siento ganas de disminuir mi tamaño y escapar volando por la ventana que el joven bajó para que no muriésemos seguramente por aquél ya mencionado perfume.
A pesar de que son cinco minutos de recorrido todo me altera, la música del chofer que impide que escuche mi música con claridad, la señora de delante que intenta iniciar conversación con el chofer, la tipa a mi derecha y el joven a mi izquierda.
¿por qué quedé justo en el medio? ¿tanto me odia la vida? ¡Contacto humano con dos personas! Dos personas que no conozco. Podrían traer en sus organismos virus mutados o incluso pasar a tocarme con doble intención, la vida está siendo dura últimamente, es todo lo que logro articular.
Bajo al metro por la puerta derecha, le digo gracias a la tipa y ni me mira, entre esa bajada y el ingreso al metro hay una autopista estrecha que debo atravesar, de más está decir que podrían atropellarme o empujarme hacia algún auto y ni hablar de si el metro pasa y tengo que esperar otros 15 minutos en una estación llena de perros  vagos y gente extraña y digo extraña ya que en su mayoría hay gente enferma; coja, resfriada, con retraso mental y claramente peligrosa. Incluso un hombre pasa entre la reja del metro pidiendo limosna, si le dices que no sigue insistiendo, está enfermo y tengo todo menos tiempo.
Logro cruzar la calle y pasar mi tarjeta por la máquina.
Ya no está la chica que cuidaba ese sector del metro, ahora hay un tipo que siempre me mira como si fuera un ciervo, me mira como esperando que me vaya corriendo, no me mira enojado, simplemente me mira y eso basta para sentir que el corazón se me saldrá.
El metro llega y debo elegir ¡ELEGIR! En qué vagón me transportare, cómo odio tomar decisiones, es como si el mundo estuviera diseñado para que se me hiciera todo bien complejo, me subo y la mano me duele, apoyo mi mano en el pasamanos y me arde, se contraen los músculos sin que lo quiera, tengo ganas de llorar, es la enfermedad me digo, sube una obesa  y se posa junto a mí.
Una obesa ¿es la manera indirecta de traumatizarme? Me pregunto, sé que todos deben estar mirando a la obesa como yo o quizás soy la única y justamente por eso están todos mirándome y odiándome por fijarme en cada trazo del cuerpo de la obesa, me pregunto si le duelen las piernas al caminar, no es bonita, es una obesa fea,  quizás tenga buen corazón, me digo, pero eso a la gente no le interesa, la juzgarán, se juzgará, probablemente tenga final feliz y yo no, la llaman por teléfono y su teléfono emite un sonido electrónico, la gente se ríe, veo a un par de ineptos riéndose, fijo mi mano con más fuerza al pasamanos y la muñeca hace un ruido grave, me estoy pudriendo, me estoy muriendo, me duele todo, el cuerpo, la fiebre llega, el útero se contrae y no me extrañaría bajar la vista y verlo latir en el piso mientras nadie se percata, lloro por dentro, quisiera detener el tren y escapar de toda esta enferma escena cuando de pronto noto algo aterrador, una chica, sentada cerca de mí con muchas hojas , parece ser una guía de ciencias, logro leer algo de nutrición, NUTRICIÓN, pero no es lo aterrador, lo aterrador viene cuando saca de su bolso tres destacadores, sí, tres destacadores, no sé  qué pretende subrayando absolutamente todas las líneas y párrafos, algo se me retuerce, algo me irrita, quiero saltar sobre ella y arrebatarle los destacadores, a su vez quiero preguntarle qué le pasa, no veo su rostro, no importa su rostro, son esas líneas desgarrándome la vida, una tras otra, irregulares, con pésimo pulso, no podré hacer eso con los destacadores en un par de meses, no podré subrayar nunca más, es la enfermedad.
Frente a la tipa hay otra tipa, normal, vestida como todas las chicas de ahora, un par de zapatos con diseño de flores, chaqueta de cuero negro, un sweater crema y jeans apretados, una cartera que combina con toda su ropa y las uñas con la manicure francesa, maquillaje sutil, lo suficiente para dejar su rostro perfecto pero no es como yo, no se pinta con odio, no delinea sus ojos para sentir que tiene ojos ni se pinta la boca para sentir que tiene boca, que merece hablar y dar su opinión, ella confía en si misma, seguro tiene novio, seguro tiene hermanas femeninas.
El viaje es claramente eterno, veo a una niña pequeña en brazos de su madre, sus rasgos son horribles, asimétricos y toscos, parece un perro hecho humano, merezco un balazo por pensar así de un niño, me digo mientras sigo con mis prejuicios y  contemplo  sin alma alguna.
Afuera el cielo está gris, sin más tonos que el gris, justo como mi alma, es como si hubiesen puesto una cartulina sobre todos nosotros, busco en él esperando un indicio de algún extraterrestre que me lleve, miro las líneas del tren deseando activar la puerta de emergencia y morir ahí, tirada, sin que nadie note que mi existencia se apagó porque a final de cuentas sé y tengo claro que solo a mi me importan todos estos segmentos del metro, estoy tan triste y tan acabada, trato de pensar en el futuro pero no me interesa en absoluto, soy yo y el vacío, yo y la soledad absoluta que me abraza con mucha fuerza como un manto negro cubierto de estrellas imperceptibles a nuestros sentidos, soy  pieza del puzle que nadie quiere armar, estoy perdida y no soy bella, me pregunto qué se sentirá ser normal, tener un cuerpo normal desde siempre, una mirada normal desde siempre, qué se sentirá incluso disfrutar un viaje en metro, incluso  qué se sentirá disfrutar algo sin el dolor de la pérdida, porque todo lo pierdo, todo me daña, me marchita, quisiera que alguien entendiera y comiera o bebiera de este profundo campo de dolor, pero no sucederá.
Llego a mi estación y me bajo vacía, camino lento a pesar de que voy tarde a clases porque me duele la vida, el mundo me hiere, es un sitio tan hostil, la diversidad genera distancia y la empatía ya es cuestión de fechas y eras antiguas, sigo aquí por no joder, sé que la vida es dura y que no soy la única pero también sé que el límite de esta fase ya me saturó, quisiera comprender a donde me dirijo, dejar de detallar mis sueños y visiones y creo que jamás llegaré a ese nivel de equilibrio porque si logro la paz interior la vida me aporrea y si la vida va bien entonces es mi núcleo el que se disuelve, quisiera que algo o alguien me arreglara la vida.
Camino por toda la estación a paso lento y logro pasar mi tarjeta por el sistema, tengo que cargar de nuevo, la vida siempre es eso, cargar la tarjeta, las manos me siguen doliendo.  

1 comentario:

Anónimo dijo...

Vale por un abrazo bien apretado. (Cóbrese en el momento justo) mil sonrisas además :)